Autora: Beatriz Lorenzo
Caminante son tus huellas
el camino y nada más;
caminante no hay camino
se hace camino al andar.
Antonio Machado
Dejar e ir dejando. La diferencia parece tenue. Sólo de matiz. De tiempo verbal. Sin embargo, es más que eso. Mucho más.
Dejar implica voluntad de trascender. De continuarse en otros. A través de otros. De hacer del transmisor parte - carne y sangre- de la fuente. Dejar huella conlleva el propósito de marcar de forma indeleble el territorio físico y el territorio intangible con los vestigios de nuestro paso por ellos. Dejar huella denota vocación de intervenir los escenarios.
Ir dejando, en cambio, se asemeja a una bandada de gaviotas que, a saltitos, van marcando, ligeramente, su paso por la playa, a sabiendas de que la ola borrará, una y otra vez, la huella leve, pero que la persistencia cotidiana conseguirá imprimir en el paisaje su presencia. Ir dejando es "pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar". Ir dejando, es construir - "golpe a golpe y verso a verso" - las estelas sutiles que son los senderos por los que transita la memoria.Los españoles de todas las Españas: la España mora, la judía y la cristina; la España pobre y la España rica, la España noble y la plebeya, la antigua, la moderna y la postmoderna han dejado huellas profundas en nuestra identidad. Y también han ido dejando huellas, no por sutiles menos hondas, en nuestro diario ir viviendo, ir comiendo, ir cantando, ir bailando, ir rezando, ir pintando ...
Nos dejaron la lengua y nos fueron dejando las palabras.
La lengua castellana, limpia, pulida y esplendorosa. La lengua transparente de Góngora, príncipe de la luz. La lengua lóbrega de Góngora, príncipe de las tinieblas. La lengua afilada de Quevedo. La lengua precisa de Unamuno. La lengua arropadora de Machado. La lengua machacona de Pemán. La lengua culta y la popular y enjundiosa. Nos dieron el habla, padre y madre de nuestra identidad. Fruta jugosa y alimenticia.
Nos dejaron el habla, pero se llevaron la blasfemia. ¿Por qué harían eso? ¡Me cago en dios!
Nos fueron dejando las palabras. Como cuentas de un collar interminable. Y aprendimos a jugar con ellas. A irlas haciendo nuestras. A ordenarlas con otros ritmos. A conjugarlas en otros tiempos. A mezclarlas con las que habían nacido acá, en nuestra tierra. Las ajustamos a nuestro aire. Las hicimos chiquititas, para que nos cupieran en este país tan angostito y tan lejos de todas partes. Nos quedamos con el "ustedes" y les devolvimos amablemente el "vosotros". Algunas se nos han ido perdiendo. También a ellos. Ya nadie usa fustanes; ni siquiera enaguas. Otras todavía se las estamos guardando. Azafates, alcuzas, palanganas y jofainas nos aguaitan encaramadas en los estantes de la cocina. Las azudas aún suben agua allá en Codegua. Almacenamos el agua-lluvia en aljibes. Lavamos en artesas y guardamos la ropa con bolitas de alcanfor.Nuestras vírgenes nortinas, chinitas 4 de piel aceitunada y ojos de llama. Con mantos de alpaca blanca y florcitas de papel. Salen al sol justiciero y al frío que corta como un mandoble, una vez al año; reinas y señoras de la "diablada". Fiesta de danza y challa. De pitos y tambores. De bailes bárbaros y desenfrenados. Baile de Chinos. Baile de Turbantes. Baile de Danzantes. Camisa bordada de flores y pájaros del paraíso. Ancha faja adornada con cuentas de colores. En el bajo del ancho calzón, centellean las lentejuelas. Sobre las caderas penden los amplios culeros de cuero de los antiguos apires5, adornados con espejitos y piedras de colores brillantes. "Preguntan si soy pagano, idólatra o pecador, por vestirme de gitano o moreno saltador. Me dicen a Dios se llega, se llega sin mediador. Me dicen que soy un loco porque bailo por amor. Soy bailarín del silencio. De ese silencio que habla con Dios. Soy pecador, soy indigno y necesito de mediador. Pagano no puedo serlo, de un todo parte yo soy y si venero a una imagen eso no es adoración".
Nuestros santos chilotes con cara de peluqueros. Santos marineros que salen a navegar en chalupas engalanadas de palmas y flores. Angelitos que se van al Limbo vestidos de organdí. Santos almaceneros arrebujados en perejil. Cristos con enagüitas de encaje y patucos tejidos a crochet.
Nos fueron dejando la fe de los pobres. La única fe verdadera, porque es lo único que no pueden quitarles.Nos dejaron El Quijote, La Celestina, Las Cantigas de Santa María La Araucana, El Cautiverio Feliz, La Vida es Sueño, el Romancero Gitano, El Marinero en Tierra ... la prosa y el verso; endecasílabos y alejandrinos; romanzas y sonetos. Nos fueron dejando la capacidad de transitivizar las cosas, de amalgamar lo propio y lo ajeno, lo interno y lo externo, a través de las emociones. ¿Cómo, si no fuera en castellano, podría llovérse(nos) la casa? ¿Cómo podría pasárse(nos) la noche en un abrir y cerrar de ojos? ¿Hacérse(nos) un minuto más largo que un día sin pan?
Nos dejaron la harina de trigo y el azúcar. Nos fueron dejando el secreto antiguo de la masa de mil hojas y el alfajor de yema. Nos dejaron almendros y naranjos y nos fueron dejando el milagro gozoso de la repostería de alcorza; pasta de almendrucos que se va humedeciendo con agua de azahar con la mano derecha, siempre con la mano derecha, como manda el Señor Allah. El misterio del almíbar de pelo, "un ave, dos padrenuestros y la gracia de tus manos". El sacramento del aguardiente con cuyas once letras y una pizca de mojigatería, transformamos la merienda peninsular en el "tomar once"; quintaesencia de la chilenidad. Trajeron gallinas y les enseñamos a condimentarla con merken y con cilantro. Trajeron el arroz y el arroz con leche y les regalamos la canelita en rama. Plantaron vides y nos enseñaron la paciencia de macerarlas en barricas. También trajeron pólvora y arcabuces y aprendimos a usarlos.
Nos trajeron las cuerdas hechas guitarras, arpas, bandurrias y vihuelas. En Potosí nació el Charango y en Chile el Guitarrón y el Requinto. Aprendimos a tañerlas al ritmo de lánguidas tonadas y cuecas de huifa y pata en quincha. A cantarle a San Antonio, ese santo portugués "devoto de lo perdido, mi amante se perdió anoche; búscamelo, santo mío".
Acá estaba la arcilla, la leña y el horno, de Granada fueron trayendo manos moriscas la receta ancestral de la cerámica olorosa que renació en Talagante y, como el guerrillero, pasando por San Fernando, fue a amanecer en Pomaire. Son las "ollitas olorositas"; artesanía primorosa de las clarisas franciscanas.
Nos dejaron la lengua, la cruz y la cuadrícula fundacional. Nos fueron dejando la maravilla de las palabras y el asombro de aprender a usarlas. El prodigio de un dios que ronda entre los peroles de viandas criollas; fragantes y perfumadas, picantes y sabrosas. El "sueño de un orden" habitable.